lunes, 5 de marzo de 2012

Los yoes que esperan en la pileta

Yo, esperando continuamente que algo cambie sin antes yo cambiar
Yo, mudando de piel sin darme cuenta dónde se encuentra la anterior
Yo, crepitando, pensando, esculpiendo un nuevo aliento con el que soplar de lejos y de cerca
Yo, creyendo, rogando, soñando despierta, esperando no despertar a una realidad
Yo, paseando por la calle, mirando a los extraños, esperando que algo me llame la
atención, que algo me mueva, que algo me conmueva, me encienda, me enoje, me aparte del camino que sin darme cuenta cuando ni cómo ni dónde, empecé a caminar
Yo, intentando recuperar los pasados a través de los que fluyo
Yo, consumiendo encendedores cabizbajos cansados de iluminar, tosiendo pequeñas llamitas faltas de gas
Yo, esperando, siempre esperando la sorpresa grandiosa que llegue pronto pero demorada, porque después de eso qué. Después de eso qué puedo esperar, después de eso la vida sería ahogante, mucho más que ahora; desesperante, mucho más que ahora,
llena de ansiedades colmadas de la certeza que nada más, nunca más, se va a solidificar.
Yo, detestando al tiempo y a sus agujitas petulantes de metal, detestando el vaivén que me cambia de a poco sin darme cuenta, sin aviso, sin permiso y sin movimiento ondulante.
Yo, escupiendo ojos por la boca y desbocando un lunar, desbocando la noche con su luna, enojada con saber a lucero un satélite vulgar, humano y silvestre, sin magia honesta, sin luz verdadera, sin ceguera permanente.
Yo, detestando junto con el tiempo y sus agujitas las palabras de cristal que voy
juntando y arrimando a tientas intentando hilvanar, una idea, una sugerencia, un intento de captura fotográfica, una mentira más, una imposibilidad más para el arte de la escritura, de la literatura, de las ráfagas poéticas, de las conjunciones sintácticas, de los garabatos infantiles, de los empapelados rosa viejo. Intercambiándolas como figuritas.
Yo, quiero que te animes a decirme quién puede ir y venir por entre los mundos si le tiene miedo a la muerte, si le tiene pánico a la vida, si le tiene pavor al pavor, horror a la verdad, calambres a las tristezas, imposibilidad para las alegrías bien sentidas, en el bajo vientre, en las venas, en las metáforas idiotas y poco sutiles. Y de paso decime quién puede atreverse a escribir sacándole la magia a la invensión, a la imaginación, a la suerte, a las proyecciones urbanas, rurales magistrales que pasan como fotogramas uno al ladito de la otra.
Yo, que pretendo ser comprendida sin comprenderme a mi misma, que pretendo un lugar donde morar con calor, con comida y agua, cuando no me siento capaz de conseguir ninguna de las tres, cuando no me siento capaz de seguir una especie de linealidad en mi especie de vida, en mi especie de humanidad, de animalidad, de voracidad, de crueldad.
Yo, que quiero decir poco pero hablar a los gritos, que los alaridos broten por los poros de todo mi cuerpo y ser tan pálida como una hoja de calcar, para no tener que explicar, que explayarme, que mostrar, que jugar, que plantear, que abrir el acto, que seguir sosteniendo una especie de techito con chapa y pintura, una especie de personalidad que cambia constantemente de ficha.
Yo, esperando el equivalente, el inconcluso, el cóncavo, esperando que algo sea de suma importancia, que algo me carcoma por dentro o por fuera, que algo me arda, me pique, me infecte, me irrite, de derrita, me penetre, me permita, me pinche, me saque, me pegue, me toque, me afecte, me asfixie, me suceda, me suicide.
Yo, que no paro de yoisar cada oración como si la pertenencia a mi misma me diera un lugar, una respuesta, una relación, un sentido. Yo soy, yo estoy, yo elijo, yo pierdo, yo canso, yo gano, yo nado.
Dale, dame aunque sea un poco más de vacío que termine de llenar el vacío mismo que siento cuando salgo de la pileta y me haga sentir completa abajo de los rayos del sol. Te acepto un vacío lleno de arena, un poco de arcilla, plastilina, brillantina, y una hoja usada para empezar a decorar.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Los dos hemisferios

Tenía la comisura de los labios floja, entreabierta. Una mueca que oscilaba entre la sorpresa y el desinterés, y una sensación de frío polar, casi de pánico al observar esa falta de expresión, de ser... como si su interior se hubiese vaciado repentinamente por completo hasta quedar nulo. Drenado.
Hubiera sido fácil entonces dejarlo yacer ahí y salir corriendo lo más pronto posible en la dirección contraria, hacia cualquier lado. Y esa necesidad imperiosa por estar afuera, por respirar el aire, por sentir ese aire helado entrando por mis pulmones, viajando hasta congelar la maraña de pensamientos; pero no pude. Mi cuerpo yacía casi tan rígido e inmóvil como aquel en frente mío. Aquella cáscara vacía que supo ser el nido de tantas confusiones, mates y caminatas. Y de alguna manera todavía inesperada, todas ellas parecían ahora un lejano recuerdo, uno de otra vida en donde ni siquiera podía recordar mi nombre.
Y pensé en recordarte a gritos de todos esos gemidos, de todas esas frases frágiles, perennes, blandengues, que nos hicieron, que nos formaron, que nos moldearon y que hoy nos veo sobrepasar como una ola, por encima.
Quise moverme, pero solamente conseguí acercarme un paso más hacia la pared que pintó tu primo , no me acuerdo el nombre, hace cinco vidas atrás.
Y ya no miraba tus labios todavía entreabiertos y contestatarios, caídos como los árboles del Amazonas. Eran ahora tus ojos también entreabiertos los que hacían de cemento a mis pies. Aquellos ojos brillantes y curiosos. Estaban intactos, lo único vivo en todo tu cuerpo. Lo único que me decía que vos sos vos, que no te inventé anhelo macabro.
Me siento tan distante, yo... yo, que por un momento había olvidado que nunca pude aprender a separar las sensaciones no verbales de las expresiones orales, yo que nunca pude entender a través de tus palabras sin un sentido adyacente y silencioso, agazapado. Yo, que me enamoré antes de escuchar tu voz, que empecé a conocerte por tus pequeños gestos, por tus expresiones que me hablaban más de vos que tus propias palabras; y tus ojos que me revelaban la verdad más sincera desde el interior mismo de su creación.
Quizás debería haber prestado más atención.
No puedo evitar querer acercarme y abrazarte como si fueras un cachorrito abandonado y acobijarte y mecerte en mis brazos para que sepas que te estoy cuidando, que te quiero cuidar todavía, pero ya no se cómo.
Y todavía no puedo moverme.
No puedo dejar de tener al mismo tiempo una sensación de frialdad y desapego que siento cuando termina el equinoccio de primavera, y las ganas que tengo de sentir el calor del ciclo anterior.
Debe haber pasado mucho tiempo porque empezó a amanecer y el sol afloró naranja violáceo por entre las nubes, entre mis pensamientos que te están confesando sin que lo sepas la última parte.
Tus mejillas se ponen de repente coloradas, como si el sol se refractara en lo blanco de tu piel, como si te hubiera sonrojado algún sueño, alguna palabra, alguna porllera corta, pero directa.
Me pedís que vuelva al lado tuyo con la primera voz de la mañana y el sonido subacuático de tus palabras me golpean con su marea, como si nunca las hubiera escuchado, la calma sedosa de tu garganta que ni siquiera se agita con los gritos.
Hace muchos años que no miro tanto tiempo a alguien o a algo, como una enajenada. Y recordé el fenómeno increíble que se produce en el climax del momento, cuando cada parte se ve por separado, como si las figuras no encajaran unas con las otras, pero sin embargo toman sentido en el todo.
Las formas dejan de tener un sentido conciente, fijo... es la verdad detrás de la forma, de la sinuosidad latente que acaece con ellas.
Me corro sin siquiera pensarlo cuando te levantas, embotada en mis pensamientos. Vuelve entonces la familiaridad de tu andar desgarbado, como pasando por entre medio del aire, en vez de cortarlo. Como si tuvieses un pacto de amabilidad implicito con cada cosa que te rodea, como tus manos rodean ahora mi cintura y tu sonrisa se parece a la que tenías cuando eras chiquito y jugabas en el barro.
Mi mente se apagó con un click. Mis brazos se separaron de la rigidez de mi cuerpo, tan rígida que quedaron entumecidas, como extrañas, ajenas al cuerpo que lo sostienen.
En la cama se siente tu perfume a jabón en la piel.
Dos minutos después un hemisferio le gana al otro, haciendo imposible ahora unir a los dos mundos entre el razocinio y las sensaciones; entre la locura ambigüa, pretensiosa y la sencillez del momento; imposible unir la verdad escondida en el medio de los reproches y cotideaneidades; y las sensaciones que siento cuando me mirás, me tocás y le sonreís al sol.

[Y todavía quiero ser digna de tu mirada]

lunes, 31 de octubre de 2011

Mentira Verdad

Estaba turbada. Tanto por mentir como por decir la verdad. No tenía escapatoria. Elegí mis opciones muy mal, barajé con muy pocos ases la mano de partida y se hizo cuesta arriba la llegada.
Y en un trecho tan corto es tan complicado poder revelar algo. Siento que sería suficiente una tarde de lluvia abajo de un techo de chapa estrellado sin necesidad de pintura, o una noche de calor en algún lugar lejano, una calle, una vía, un rincón, un cordón, una silla, cualquier lugar en el que entre 1 hora, de corrido, en soledad acompañada. 1 hora en un espacio infinito compuesto de microminutos alados para poder mezclar las palabras con los sonidos. Y siento que está todo demasiado armado, demasiado jugado, y la cabeza me da vueltas, la ansiedad me invade, se añeja en la desesperación como mala consejera. La dejo macerar.
Mentir de la peor manera con una excusa inocente, exoneradora. Decir justo la verdad que tendría que haber callado. Ver cómo en un segundo que parecen días enteros se va modificando la cara, como Dr Jeykill o Mr Hyde, tan sólo como reflejo de una transformación interna. Ver el momento en el que una sílaba de menos hubiera hecho la diferencia.
Y tengo miedo de alejar lo que la marea me trae a causa de mis artimañas baratas, de mis manías, de mis enfermedades, de mis ganas. Quisiera ser más certera, más segura, confiar más en la noche oscura, dejarme caer, correr la mirada hacia el centro y dejarla ahí, aunque sea por un rato.
Quisiera una historia en la que se acepten las diferencias superfluas, un núcleo similar con base sólida y magma multicolor que se mueve y fluya, que cambie, que se enfríe, que se evapore, que caliente, que permanezca. Que sea aceptado lo que difiere, entendido como un camino para aprender, para conocer un mundo ajeno con un lenguaje similar pero apenas inentendible, con formas distintas. Entender a esta diferencia como un complemento para aprender lo que nos falta, para aprender del otro la razón por la cual nos encontramos en este camino.
Turbada sí, por el maremoto de tus ojos, por la cursilería de la palabra, por la ridiculez de los sentimientos, por sentirme tan indigna ante tu presencia, por tener la certeza profunda de que somos compañeros, por el miedo a equivocarme de vuelta, por la verguenza que siento al confesar, por el miedo a perder(me). Turbada por la mentira, sí... pero mas turbada por ha(c/ser) verdad.

sábado, 15 de enero de 2011

Haciendo equilibrio

Haciendo equilibrio por no saber de qué lado caer en caída libre, si valen las redundancias, si más libre o más sistematizado. Y qué difícil a veces sacarse el chip de las creencias, qué necesario a veces salir de uno mismo para entrar en mundos desconocidos con el irónico fin de convertirse en lo que uno realmente es… en lo que siempre fue. Ajeno de la polución y del lustre matutino que dibujan rutas trazadas y marcas ya desdibujadas de tanto zapato de goma por los senderos amarillitos y blancos, que marcan el rumbo al pavimento, a la estación del olvido.
Qué difícil creer que sabemos realmente qué es lo que va a pasar cada día y que feo cuando la profecía se cumple, cuando sentimos a las ojos tan abiertos, pero sabemos que nunca estuvieron más cerrados.
Envolventes jornadas diarias que nos sacan a un paralelismo donde la creatividad y la individualidad no son moneda corriente, están por fuera por no venderse en el mercado.
Muchas veces entro y unas pocas cuando salgo veo que hermoso es dejarse caer en el medio de la noche, con ninguna herramienta visible, presenciar el momento justo en que uno se da cuenta lo maravillosa que es la naturaleza que nos crea y recrea; cuánta sabiduría tuvo al darnos todo lo que necesitamos… y que vanos los pedidos y reclamos a un ser superior, cuando todo lo que necesitamos esta exactamente donde tienen que estar. Que irracional, que auto degradante cuando nos dejamos convencer de que somos incapaces, de que las herramientas para la felicidad están fuera de nosotros; en un aparato, en una figura, en un edificio de concreto y durlock, en una macabra filmación utópica.
Despertarse sólo con una certeza en medio del desconocimiento total que nos recubre: tenemos todo lo que necesitamos para ser aquello que queremos ser, para convertirnos en el cambio que exigimos de los demás, en la esperanza matutina de que esta vez, esta vez va a ser un renacimiento del ayer, convertirnos en una sonrisa envuelta sí, de incertidumbre, pero seguros de una sola cosa: nuestras capacidades naturales. Poder al fin sentirse abrazado por infinitas posibilidades en medio del camino de tierra.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Lluvia Gris y Clara

Siento que el día llora conmigo, llora un poco por mi, llora porque entiende mi pérdida, el día llueve para lavar, llueve porque tal vez alguna forma de él está presente en cada gotita.
Los duelos son dificiles, porque en gran parte se trata de aceptación, y yo no puedo aceptar. En parte se trata de comprender la realidad, pero yo no puedo comprender una realidad en la que no estés vos. Yo no puedo aceptar esa realidad, porque no la quiero.
Y la muerte es el "nunca más" mas gigante e inmenso que existe, es el infinito mismo frente a una materia finita. Y es tan inabarcable como el cielo, tanto que no puede entenderse, sus dimensiones, sus orillas.
Los duelos son dificiles en nuestra cultura, por que estamos acostumbrados a desnaturalizar lo que es natural, acostumbrados a llamar a la naturaleza "tabú", sexo, olores, muerte, deseos, todo aquello inherente al hombre se convierte de repente en un tema con el que se tiene que tomar recaudo, prudencia.
Lo único que sé es que en este momento me encantaría pertenecer a alguna de esas culturas que celebra la muerte como un traspaso hacia un mundo superior, de esas culturas que son felices porque creen la felicidad nuevamente, superior, de la persona que parte. De esas culturas que entienden realmente que no existe ni principio ni fin.
No te voy a mentir, te extraño demasiado, te necesito demasiado, te adoro demasiado, cada parte de mi ser daría la vida por verte y abrazarte una vez más, por cebarte un matecito más, por verte las canas en todo el pelo, por tus ojos pícaros que miran mientras yo misma me voy moldeando hasta convertirme, en un proyecto al menos, de mujer. Y cuánto pensaba que no me parecía en nada, y qué similar me encuentro a veces, y a veces cada vez más a vos. Tu cuerpo finito dejó la vida misma en cada una de las personas que te reviven en la memoria y en el alma.
Brindo por que estés en paz, porque estés feliz, porque estés pleno, porque me mires aunque yo no sepa, porque te amo y porque amarte es el mejor homenaje que te puedo hacer después de tantos días que gregorianamente hablando hicieron el nº 5 en plastilina. Porque despues de todo si algo aprendí en todo este tiempo es que el amor es incluso más inmenso que la muerte y la materia, que traspasa al tiempo y al espacio, que no necesita de lógica o entendimiento, que es más infinito y que nos vamos a volver a ver.
a mi sol, a mi payasito, a mi gordito, al capitán marcelius, a mi adorado papucho.-

martes, 7 de septiembre de 2010

Un Invierno de 4 Estaciones

Si notaras cuanto podes llegar a doler, te detestaría. Pero pareces incluso en estos momentos tan inocente en tu manera de proceder, que no sé si pedirle al universo por la absolución de tu pobre alma, o si dejarte ir, tal vez tirarte en un rincón.
Si miraras fuera del cubículo para el lado de afuera, para tu alrededor y dejaras las viejas costumbres de lado, al menos por una tarde entera. Si me dejaras llegar lejos del patio, pero al menos hasta la segunda barrera, te darías cuenta de lo que te dicen al oído las corrientes, el viento del río, el sabor de la primavera.
Si dejara de confiar en lo que releo en tu mirada, en el dejo del reflejo que mira a mares inciertos, allá a lo lejos, lejos mío como ahora y desde que te (des)conozco.
Si la añoranza no fuera tanta, si la realidad me golpeara de frente en la cara, y pudiera ver... que tiño a la melancolía en la anilina de momentos que no están, que no estuvieron. Que añoro por un sostén en esas tardes lúgubres que nunca estuvo en mi espalda. Cuando el peso cada vez se hacía menos liviano, y tu carga se reía a mi lado.
Si me trajeras mas de tu bufón y menos del juez, un poco mas de risa mundana y menos ansias por mostrarme que vos sabes, que vos sabes lo que oculto. Si el poder estuviera fuera de la cama, si no tuvieras que sentirte preso de tus propias palabras, de la falta de ellas.
Especialmente de la falta se trata. La falta de sangre hirviendo, la falta de soles nacidos, la falta del vos que conocí por un día, la falta de la sinceridad y de las ganas, del tratar, del probar de combatir mil batallas.
Y me sacas las ganas a mi, me drenas de intentos, de sonrisas que guardo una a una en el cajón de la mesita de luz, de recuerdos veraniegos que cuelgo en el placard, hasta que se anidan y se anudan a las horas de días de días transcurridos, donde el sueño se comió estaciones enteras en el aire, en Shangri La, en la nada misma de esos mates amargos que jamás pudimos (dejar de) probar.
Si por una vez pudiera haber continuidad en el camino, que me permita desplegarme a tiempo, a mi tiempo, que me permita recorrer mi camino de pseudo sabiduría y psicología barata, nada mas que para poder explicarte, para que entiendas o no, para poder sacarme este peso de encima que lleva tu nombre y tus comillas, tu no ser, tu antifaz sobre la almohada, y esas ganas locas que alguna vez tuve de ser yo la dama, la reina de ases, de corazones, con la enteraza y la fuerza suficiente para romper todas las paredes, todos los muros, todos los sonidos.
Y te pido una semana, la suma de siete días que hacen a la suma de cuatrocientos veinte minutos para poder prepararme y correr apurada y apabullada por esta bola de verdad que me cruje en la garganta, que ya no da más, que quiere finalmente tirar al aire estas mil palabras para que sean una con el resto, para que mueran a los dos minutos, solas, tal vez en paz, tal vez con vanidad desolada. Para tomar o dejar, para seguir camino, para cerrar un libro que tiene tan poquitas hojas que no puedo dejar de guardar conmigo.
Y tal vez no pecar de falsa esperanza para cerrar esta obsesión que no me lleva a ningún solsticio, que no me acerca a vos, que me acerca menos a mi, que me consume horas de hermosas historias, y bella música que hace que te ame cada vez más porque vos la escribiste, porque vos la tocaste, porque vos la miraste, porque vos descubriste nuevos sonidos en cada una de ellas.
Algún día quiero la revancha, sin el son de inocencia de volver a creer para volver a sentir lo que jamás dejé de costado; pero para saber a ciencia cierta y exacta como los relojes suizos que las palabras que llenaron cada célula de mi ser ya no están mas, que ya no me pertenecen, que ya no tengo lugar para guardarlas, que ya no hay casa que alcance, no hay pena que aguante... esta sed de decir, esta sed de hacer, esta sed de matar, esta sed de renacer, de respirar de nuevo por primera vez después de tanto tiempo, y ver en cada estación resplandecer lo que se ocultó latente durante tanto tiempo.
Cuando el invierno duró mucho más de lo esperado.

martes, 20 de abril de 2010

Historias llenas de Pólen

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Se desprendió del frío metal que le apretaba el plexo solar, descargó la mochila del largo viaje por parajes impensados. Tantas noches en carpas ajenas, tanto verde amarillento y el polen que de vez en cuando se acuerda de sacudir de entre la ropa.
El termo de café se resbala con paso lento de entre la boca y desemboca con la misma perfección con que un atleta hace un salto en trampolín, sobre la taza amarilla.
Las hojas de diario desparramadas por toda la mesa, cubriéndola como si fuera un mantel de palabras, un mantel de puntos suspensivos y seguidos. Y aparte. Algunas trastabillan y se dejan caer como la ley de Newton sobre la loza radiante de un nuevo departamento que no visita hace días.
Un vinilo que nunca sacó de su bolsita de plástico está casi enmohecida por la soledad, acongojada por el tacto si quiera áspero de unas manos que lo alcanzan. La música perpleja resbusca entre sus notas una melodía que nunca antes había tocado. Arranca prudente, con la cabeza gacha para terminar en un rimbombante Fa sostenido. Los colores de las notas se mezclan causando estruendo entre los vecinos del 5to piso que no se acostumbran a romper el silencio de las tardes noche. Y es tarde. Casi las ocho de la noche y ahora que oscurece tan temprano. Y ahora que se tiene que acostumbrar a leer el reloj en la pared también amarilla como su taza.
La loza radiante marcha junto a un redoblante. La luz comienza su danza africana y de ballet, lleva la tonalidad del mismo color que su baile. Naranja.
Debería estar tan cansada, sin embargo nunca se sintió más despierta. Ni siquiera en esas noches frías a la interperie, en lugares donde jamás se sintió segura, lugares que nunca conoció.
Con los ojos fijos en las hojas, comienza con el proceso de devolución, de devoción a esas anotaciones tan fieles, que sin embargo no logran ilustrar ni siquiera la mitad del entero. A veces su cabeza parece herméticamente cellada. Cuando intenta explicar siempre se queda por la mitad, cuando escribe siente que trascribe sólo una pequeña parte de lo que ilustra allá arriba. Vaya uno a saber qué tan alto. Pero ya está acostumbrada, ya no lucha más y se deja ser.
Toma las hojas sin numeración y comienza a formar hileras mientras la música llega al crescendo. Va formando el rompecabezas, la historia hilada por cadenas, siguiendo una cadencia, que curiosamente lleva las notas del vinilo, y la danza de la luz, y el calor de la loza.
Satisfecha vuelve a llenar la taza amarilla con más café. Demasiado café. Demasiado negro.
Lee y relee y vuelve a mirar el reloj. Las diez. Termina el café en un sorbo retenido y pausado. Como si estuviera esperando el instante justo. Ni un minuto antes, ni un minuto después.
Apila la hilera de hojas sin numerar y las guarda en la carpeta amarilla. Ya llena la alza por encima de las otras 20 que colman el último estante de la biblioteca.
La música termina. Los vecinos festejan en silencio. Como es costumbre en ese 5to piso. Como manda la moralidad de los que todavía no preguntaron nunca qué es civilizacion y qué es barbarie en realidad. Silencio. El termo ya no guarda ningún secreto de antaño y la luz cesa su baile justo con el último aire que dejó sonando.
Es hora de partir, pero el reloj se detiene.
Falta la última parte a su historia, faltan las palabras que no quieren salir una por una, falta la lealtad de los momentos que no se detienen pero no se retienen tampoco. Falta la percepción de lo imperceptible, querer capturar una escencia que es de aire y sol. Falta sacudir el polen que se mete en la ropa, en las pupilas y que no deja ver.
Una vez más toma su mochila y se va. Mientras el tiempo se detiene.