jueves, 4 de febrero de 2010

El suspiro de tu voz

Y me sigue respondiendo cuando llamo.

Puedo sentir la euforia cuando mis dedos aconglomerados marcan el número que mi memoria ajó descuidadamente después de tantos intentos fallidos, de cada catástrofe siempre escondida en la noche y resoplando.
Se queja por convertirla en lo que no es; por ser un remolino pequeño, un trueno pasajero que apenas llega al suelo de mi pieza, un trueno que apenas hace eco indefinidamente en mi almohada.

Cuando llegan los tonos, el corazón se acelera.
Se encarna la lucha desamparada, sin capa y con espada entre la razón y aquella otra figura esbelta; dama entre las damas que, defiende su trinchera, y vestida de fiesta grita a borbotones "- Qué más dá?"

Mientras la lucha sigue su curso pedroso, con cada fragmento de tono se desenvuelve más feroz, más sangrienta, más sedienta.
La voz apenas llega unos micro-segundos antes que el suspiro. Y dura una eternidad contenida por manos cadavéricas.
Y creo que busco entre cada recoveco de la pared, entre cada pliegue de la cama
ese suspiro.
(centenares de veces más que esa voz)

Acontecen los segundos y los micros pisan sus talones mientras la dama festeja y grita despavorida, ahora vestida de carnaval y banderines de colores. Se esfuma sin apuro con el humo que deja la primer pitada de mi cigarrillo.
Pero la razón no se mueve, la veo pálida. Me esta mirando como desepcionada. Como si hubiese sido yo la que clavó la espada, la que dio la estocada final. Y no se mueve. Da la extraña sensación de estar clavada desde siempre al suelo (y tal vez así sea)

Y llega esa voz, justo a tiempo. El orgullo se queja.
Las ideas se revuelven, revolotean como ciegas recién nacidas que se quieren formar en hileras, y crear pensamientos que nazcan como ellas, para decirme que no soy la idiota que mi razón y yo sabemos que soy.
Pero esta vez elijo creer.

Tantas veces... Siempre que llamo responde.

(pero cuando termina ese suspiro eterno, todo pierde sentido)

Quiero volver el tiempo atrás y que no respondas. Que ayudes a esta soledad a estar más sola y mejor acompañada que nunca.
Quiero escuchar tu desesperación llenando cada agujerito del teléfono, quiero que se escurra en cada uno como si fuera un pequeño colador.

Quiero que la dama esbelta siga ganando batallas que no estén empapadas con el suspiro que leo entre líneas, con el rojo que le adjudico y con mi vocación arrepentida y acometida de escuchar tu voz para que se cuele la desesperación que no llega.