lunes, 14 de noviembre de 2011

Los dos hemisferios

Tenía la comisura de los labios floja, entreabierta. Una mueca que oscilaba entre la sorpresa y el desinterés, y una sensación de frío polar, casi de pánico al observar esa falta de expresión, de ser... como si su interior se hubiese vaciado repentinamente por completo hasta quedar nulo. Drenado.
Hubiera sido fácil entonces dejarlo yacer ahí y salir corriendo lo más pronto posible en la dirección contraria, hacia cualquier lado. Y esa necesidad imperiosa por estar afuera, por respirar el aire, por sentir ese aire helado entrando por mis pulmones, viajando hasta congelar la maraña de pensamientos; pero no pude. Mi cuerpo yacía casi tan rígido e inmóvil como aquel en frente mío. Aquella cáscara vacía que supo ser el nido de tantas confusiones, mates y caminatas. Y de alguna manera todavía inesperada, todas ellas parecían ahora un lejano recuerdo, uno de otra vida en donde ni siquiera podía recordar mi nombre.
Y pensé en recordarte a gritos de todos esos gemidos, de todas esas frases frágiles, perennes, blandengues, que nos hicieron, que nos formaron, que nos moldearon y que hoy nos veo sobrepasar como una ola, por encima.
Quise moverme, pero solamente conseguí acercarme un paso más hacia la pared que pintó tu primo , no me acuerdo el nombre, hace cinco vidas atrás.
Y ya no miraba tus labios todavía entreabiertos y contestatarios, caídos como los árboles del Amazonas. Eran ahora tus ojos también entreabiertos los que hacían de cemento a mis pies. Aquellos ojos brillantes y curiosos. Estaban intactos, lo único vivo en todo tu cuerpo. Lo único que me decía que vos sos vos, que no te inventé anhelo macabro.
Me siento tan distante, yo... yo, que por un momento había olvidado que nunca pude aprender a separar las sensaciones no verbales de las expresiones orales, yo que nunca pude entender a través de tus palabras sin un sentido adyacente y silencioso, agazapado. Yo, que me enamoré antes de escuchar tu voz, que empecé a conocerte por tus pequeños gestos, por tus expresiones que me hablaban más de vos que tus propias palabras; y tus ojos que me revelaban la verdad más sincera desde el interior mismo de su creación.
Quizás debería haber prestado más atención.
No puedo evitar querer acercarme y abrazarte como si fueras un cachorrito abandonado y acobijarte y mecerte en mis brazos para que sepas que te estoy cuidando, que te quiero cuidar todavía, pero ya no se cómo.
Y todavía no puedo moverme.
No puedo dejar de tener al mismo tiempo una sensación de frialdad y desapego que siento cuando termina el equinoccio de primavera, y las ganas que tengo de sentir el calor del ciclo anterior.
Debe haber pasado mucho tiempo porque empezó a amanecer y el sol afloró naranja violáceo por entre las nubes, entre mis pensamientos que te están confesando sin que lo sepas la última parte.
Tus mejillas se ponen de repente coloradas, como si el sol se refractara en lo blanco de tu piel, como si te hubiera sonrojado algún sueño, alguna palabra, alguna porllera corta, pero directa.
Me pedís que vuelva al lado tuyo con la primera voz de la mañana y el sonido subacuático de tus palabras me golpean con su marea, como si nunca las hubiera escuchado, la calma sedosa de tu garganta que ni siquiera se agita con los gritos.
Hace muchos años que no miro tanto tiempo a alguien o a algo, como una enajenada. Y recordé el fenómeno increíble que se produce en el climax del momento, cuando cada parte se ve por separado, como si las figuras no encajaran unas con las otras, pero sin embargo toman sentido en el todo.
Las formas dejan de tener un sentido conciente, fijo... es la verdad detrás de la forma, de la sinuosidad latente que acaece con ellas.
Me corro sin siquiera pensarlo cuando te levantas, embotada en mis pensamientos. Vuelve entonces la familiaridad de tu andar desgarbado, como pasando por entre medio del aire, en vez de cortarlo. Como si tuvieses un pacto de amabilidad implicito con cada cosa que te rodea, como tus manos rodean ahora mi cintura y tu sonrisa se parece a la que tenías cuando eras chiquito y jugabas en el barro.
Mi mente se apagó con un click. Mis brazos se separaron de la rigidez de mi cuerpo, tan rígida que quedaron entumecidas, como extrañas, ajenas al cuerpo que lo sostienen.
En la cama se siente tu perfume a jabón en la piel.
Dos minutos después un hemisferio le gana al otro, haciendo imposible ahora unir a los dos mundos entre el razocinio y las sensaciones; entre la locura ambigüa, pretensiosa y la sencillez del momento; imposible unir la verdad escondida en el medio de los reproches y cotideaneidades; y las sensaciones que siento cuando me mirás, me tocás y le sonreís al sol.

[Y todavía quiero ser digna de tu mirada]

1 comentario:

Natalia Figueira dijo...

Tengo. Necesito cruzar el charco...(de mucha agua?) para decirte que lo que acabo de leer es exquisito, para los oídos, para los ojos. Te felicito, me dejó extasiada, es muy lindo. La mezcla de colores, de ruidos, de palabras, es perfecta.
Naty